El 30 de septiembre de 1998 se dio el pistoletazo de salida para la campaña "Deuda externa, ¿deuda eterna? Año 2000, libertad para mil millones de personas". Ingenieros para la Cooperación ha sido una de las ONGs que se ha sumado a esta importante iniciativa. Importante, primero, por su magnitud, ya que se trata de una campaña que se está desarrollando no sólo a nivel local, sino también a nivel nacional e internacional. Importante, también, por sus postulados: se pide la condonación de la deuda externa, la intervención activa de gobiernos y parlamentos a favor de los países endeudados en los foros multilaterales y la transparencia en la toma de decisiones vinculadas con la deuda.
En diciembre de 1998, un miembro de IC-LI intervino como ponente en una mesa redonda sobre este tema en el Palacio Montehermoso de Vitoria-Gasteiz. El 16 de junio de 1999, una representación de seis miembros de las entidades que participan en esta campaña se reunió con la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco para trasmitirle los objetivos y solicitar su apoyo institucional. Entre los representantes se encontraba el Secretario de IC-LI.
Pero, ¿qué es lo que ha hecho de la deuda externa un problema de tal envergadura? La historia puede remontarse más de 25 años atrás. A comienzos de los años 70, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) cuadriplicó el precio del barril de crudo y los beneficios se invirtieron en importantes entidades financieras, que encontraron en los países en vías de desarrollo un nuevo campo de inversiones. A través de préstamos a estos países, se financiaron proyectos que en la mayoría de los casos no fueron sometidos a ningún tipo de criterio ni evaluación ni por parte de los acreedores, ni por parte de los deudores. De hecho, y debido a esta irresponsabilidad, la mayor parte de este dinero se destinó a programas que no favorecían a los pobres: compra de armamento, proyectos privados que enriquecieron a cargos públicos...
Año tras año, los intereses de estos prestamos originarios fueron elevándose, llegando incluso a alcanzar el 20%, lo que ha llevado a hacer imposible el pago de la deuda. Existe, además, otro factor que agrava aún más la cuestión: si una persona contrae un préstamo, recibe el dinero directamente; sin embargo, en este caso, a los ciudadanos -que son los que actualmente están pagando la deuda- no se les informó en su día acerca del uso del dinero ni de las condiciones de su devolución.
Actualmente, la devolución de esta deuda a los estados, bancos comerciales e instituciones financieras multilaterales provoca situaciones alarmantes. Un ejemplo: el presupuesto anual de Mozambique dedica un 33% a pagar el servicio de la deuda, un 7,9% a educación y un 3,3% a sanidad. Es evidente que las tasas de mortalidad infantil, enfermedad, analfabetismo y malnutrición de estos países sobrepasan con mucho las de los países desarrollados. Y no sólo eso. El fuerte endeudamiento implica un alto riesgo para las posibles inversiones, por lo que los países endeudados están prácticamente excluidos de los mercados financieros internacionales.
Esta realidad de sufrimiento implica, por tanto, un alto grado de corresponsabilidad. Las causas del endeudamiento son internas y externas a la vez. Provienen de la gestión interna de los países endeudados, pero también, y sobre todo, de la evolución del panorama económico internacional, que depende en su práctica totalidad de las decisiones de los países desarrollados.