Miren de Marcos

Tras un largo viaje en avión, dos encantadoras hermanas josefinas me esperaban a la salida de la puerta tres del aeropuerto de Caracas. No conocía sus caras, no conocían la mía pero enseguida nos encontramos y nos pusimos en marcha hacia Tinaquillo, pequeño pueblo cerca de Valencia donde el espíritu caribeño y las ganas de cambiar el mundo eran característicos.

El colegio donde me alojaba con las hermanas estaba a las afueras del pueblo, junta a la casa hogar en la que convivían día a día niñas cuyas familias no se podían hacer cargo de ellas. Las clases había acabado y era momento de relajarse, disfrutar del verano, pero sin olvidar el aprendizaje y las labores del hogar. Cada día limpiaban, hacían la comida, estudiaban, jugaban, bailaban, se reían, disfrutaban, lloraban, aprendían, se disfrazaban....vivían.

Fueron treinta días inolvidables que nos sirvieron para conocer las opuestas culturas que nos unían, aprender de la difíciles situaciones que envuelven al país con la pobreza, disfrutar de preciosos paisajes que pervivirán en la memoria, luchar por que las injusticias desaparezcan y sobre todo, valorar lo afortunada que he sido por haber vivido esta gran experiencia con tan solo 18 años.

Solo me queda dar las gracias a todas aquellas personas que creyeron en mí, en mi sueño; que me ofrecieron su mano para que siguiera caminando, que me abrieron la puerta para conocer otro mundo. Gracias a todas aquellas personas que día a día trabajan para que niñas como Aixa, Dayerline, Diana, Andrea, Andreina, Mari Sol, Jessica, Daniela, Jennifer, Valentina, Yakeline, Omaryelis y Yolimar puedan tener una educación y un lugar donde vivir. Gracias a todas aquellas personas que creen en la acción social, la cooperación y la solidaridad como herramientas clave para luchar contra la pobreza en el mundo.

Solo decir... ¡GRACIAS!